En el siglo XXI el concepto reinante es el del pluralismo, quizá producto de la globalización y el avance de las tecnologías de la comunicación que hacen del mundo un lugar “sin fronteras”. El arte es una vívida muestra de ello. En la actualidad pareciera que el arte está en tinieblas, no hay una teoría concreta, no hay una corriente definida, ni una ideología que prime en cuanto a técnica o concepto. Como diría el crítico de arte y filósofo Yves Michaud: “El arte está en estado gaseoso”.
Ahora abundan las ideologías, las técnicas y el intercambio cultural y espiritual. Podemos hablar de un pseudo-nacionalismo como de un universalismo ya que las diferencias enriquecen el panorama artístico dándole infinidad de posibilidades. El siglo XX fue de cuestiones severas al arte, al pasado, a la historia del arte, pero ahora en el siglo XXI se puede vivir en comunión con esta historia, sea para criticarla o para aprender de ella. El hecho de admirar un cuadro de Rothko no nos invalida para admirar en el siguiente minuto un cuadro de Vermeer y luego un performance de María Teresa Hincapié.
La música, como creación, como una de las artes, no se escapa al dilema de la actualidad, que no abarca solo el “qué” sino también el “para qué”. El caso específico de la música tiene un elemento diferente a las otras artes y que es decisivo en su existencia: la música solo vive en el tiempo, en la duración del sonido, desde su nacimiento hasta su muerte y es allí donde aparece un tercer elemento entre el arte y el público: el intérprete.
El intérprete es fundamental en el proceso creativo de la música, porque no es quien repite una obra, es quien la recrea, quien la trae nuevamente a la vida para un público que merece conocerla, apreciarla y decidir qué tanto de ella aceptar como regalo, expresión, enseñanza o simplemente disfrute de quien la compuso y del intérprete mismo.
Mi función como intérprete de la música occidental es hacer parte de uno de los tantos engranajes que existen para la creación musical, ya sea en una orquesta, en música de cámara o como solista. Mi percepción de la música y el hecho de poder vivir, recrear y sentir una obra maestra del arte, que primero experimenté como oyente, fue lo que me llevó a estudiar violín. Dominar la técnica para luego liberarse de ella en el escenario es el primer paso de la creación, es ahí donde el publico, la tercera e imprescindible parte del proceso, se confronta con el arte, con el genio, con la obra maestra o con lo que alguien quiere proponer al mundo.
La música se encuentra en el pluralismo de la actualidad. Ahora hay infinidad de posibilidades de crear pero, como lo mencioné anteriormente, el pasado es importante para la creación del presente. Hoy en día se compone y se interpreta de muchas maneras, pero ningún estilo invalida al anterior: en un mismo concierto se pueden tocar obras de Mozart y de Bach como de Messiaen o Boulez. Así mismo el intercambio cultural brinda la posibilidad de no solo quedarse en la música clásica occidental, sino aprovechar las oportunidades de conocer otras maneras de música que también son una opción para el compositor, el intérprete y el oyente.
Desde mi función de intérprete mi finalidad es hacer colores con los sonidos y hacer de estos toda una experiencia musical para un público que finalmente le da sentido a la música misma. Mi posición es, entonces, tanto de oyente como de creador, de receptor como de transmisor; partiendo de mi propia experiencia sensible, tengo como finalidad la de despertar en el público, por medio de mi interpretación y de mi creación artística, la percepción que la música requiere para ser apreciada.
lunes, 9 de marzo de 2009
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Hola Papi, ahora soy seguidora de tu blog, muy interesantes tus comentarios. Asi aprenderé un poco de cultura para no quedarme tan atras de noticias.
ResponderEliminarTE AMO MUCHO